Efecto ‘llamada’

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(Juan 2, 35-42) El evangelio de San Juan es el más elevado y espiritual, por una parte, y el que más nos acerca a la realidad concreta de Jesucristo y sus discípulos. En el cuarto Evangelio encontramos detalles y gestos de Jesús tan cotidianos y concretos que, a veces, sorprenden. Es el Evangelio que con más claridad afirma la divinidad de Jesús y con más nitidez subraya su humanidad.

En los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) se recuerda la llamada explícita a los discípulos. Jesús va al lago de Galilea y los va llamando con aquellas palabas que todos recordamos: “Veníos conmigo y yo os haré pescadores de hombres”. Juan nos muestra el primer encuentro de la forma más cotidiana. Jesús no llama explícitamente a los discípulos; unos discípulos tiran de otros ante la atracción de su persona. Comienzan a seguirlo, sin que él los haya llamado. Y cuando se da cuenta de que lo están siguiendo les pregunta: ¿Qué buscáis? Aturdidos por semejante pregunta, ellos le responden con otra: “Maestro, ¿dónde vives?”, porque ciertamente no sabían bien lo que buscaban.

Todo el que busca es un poco emigrante. Deja lo seguro y busca la vida más allá de lo que hasta ahora ha vivido. Todo emigrante necesita que alguien le ofrezca su amistad y su compañía, que le abra las puertas de su casa, que lo trate como hermano –no como inmigrante forastero-. Todos los que buscan vida nueva necesitan que la Iglesia sea casa acogedora; necesitan que la comunidad cristiana les diga, como Jesús a aquellos primeros discípulos: “Venga, venid a mi casa, así la veis”.

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Aquellos discípulos-emigrantes nunca olvidaron cómo les abrieron las puertas de la casa. No olvidaron, ni el día, ni la hora.

 

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