Injusta marcha prematura

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Aquí estamos delante de la pantalla, con el aturdimiento producido por la noticia sobre María del Mar.

Esta mañana andando por Reyes Católicos, abro La Semana y… «In memoriam…», me quedé conmocionado. Soslayando los escritos me centré en vuestras firmas en negrita: Antonio Jesús, Montse, Ana, José Luis… Hube de cerrar el periódico, como si de algo indigesto se tratase; no quería seguir leyendo, no podía ser verdad. La angustia y los recuerdos se agolpan, sigo andando presuroso, casi estrujando La Semana, como queriendo matar la noticia.

Ahora, embobado ante el teclado pienso en la fugacidad de la vida y en la injusticia de la muerte prematura, pienso en María del Mar y su peculiar timidez, su sonrisa inconclusa y sus ganas de abrirse camino desde la humildad. Mar sonreía con la mirada, sabía escuchar y creo que su parquedad con las palabra era para no hacer daño, porque en sus silencios y en su introversión se escondía el inconformismo de una luchadora. También pienso en su descendencia, de la que no tenía noticia.

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La conocí desde su vena creativa y sensible con la ilusión de ver impresa en La Semana una viñeta mordaz salida de su rotulador; también capturando con sus óleos la melancolía de una mañana de lluvia tras los cristales de la «redacción de Cately», donde se formaría y forjaría madurando en su labor de diseño. Me contaba los esfuerzos y vigilias al «cierre de la edición» la responsabilidad de su cometido y a veces su angustia ante una posibilidad de fallar en su labor.

A menudo me visitaba solo para hablar o para estar rodeada de la obra pictórica de otros. El grato recuerdo que guardo de Mar es compartido por mi hija, por mi esposa y seguro de que por la mayoría de otros que como ella fueron mis alumnos a principios de la pasada década.

 

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