Pascua de Luz

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    (Juan 20,1-18) “IGUAL QUE en la liturgia pascual la luz del cirio enciende otras muchas velas. La fe se transmite, por así decirlo, por contacto, de per­sona a persona, como una llama enciende otra llama. Los cristianos, en su pobreza, plantan una semilla tan fecunda, que se convierte en un gran árbol que es capaz de llenar el mundo de frutos” (del Papa Francisco, Lumen fidei 37).
    En medio de la oscuridad de la noche, después de unos días de intensas experiencias religiosas los cristianos se reúnen en terreno profano alrededor de una pequeña pila de leña que se enciende ante la expectación de todos; los reunidos comienzan a mirar el fuego que ilumina la noche. La voz del ministro emerge de entre la penumbra y anuncia que Cristo es el comienzo y el final de nuestra historia, el sentido de nuestra vida y la plenitud de toda la humanidad. Vela a vela, vida a vida se va transmitiendo una luz, que al compartirla se agranda y se convierte en un río que inunda poco a poco el templo. Se camina en medio de la oscuridad de la noche, guiado por la luz de la propia fe y la de los que nos acompañan en el camino…

    Todos negamos como Pedro por cobardía y respetos humanos la verdad, la fe y la justicia; todos, en algún momento, hemos traicionado a quien más queríamos, como Judas; todos nos hemos desentendido del que sufre como Pilatos, atendiendo a nuestros intereses y comodidad; todos hemos disfrutado haciendo daño al más débil, como aquellos soldados romanos, golpeándolo con nuestras palabras y comentarios, ridiculizándolo hasta despojarlo de su dignidad. Pero todos también podemos ser como María Magdalena: testigos de Jesús vivo, que nos perdona y nos alienta, que nos envía a prender la luz de Cristo en los demás.

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