1976. El gran secreto de las “mijitas” de pimientos

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Operarias de los almanecenes de José María Troncoso

“Después de Colón, Troncoso descubrió América”. Así habla de sí mismo José María Troncoso Alanís, empresario nazareno de 59 años que hasta ahora había mantenido en secreto la clave del éxito de sus exportaciones. El “gran secreto”, que ahora desvelamos, estaba escondido en un pequeño detalle en el que nadie reparó hasta entonces: las miles y miles de “mijitas” de pimientos que se tiraban como desperdicio en todos los almacenes tras el relleno de la aceituna. Al ser el trozo de pimiento de mayor tamaño que lo que cabe en el interior de una oliva (una vez deshuesada), las rellenadoras cortaban el sobrante del pimiento (conocido como “mijita”) y lo tiraban al suelo.

En 1945, Troncoso se queda con 350 bocoyes de aceitunas que el régimen de Cuba, en malas relaciones con España, rehúsa comprarle. El empresaio nazareno decide entonces, antes de que se deterioraran, enviárselas a Antonio Méndez Margot, propietario de una importante cadena de supermercados en Puerto Rico. Tras 28 cartas ofreciéndole los bocoyes, el puertorriqueño aceptó comprarle 50, pero Troncoso decide enviarle los otros 300 “de regalo”. “Haga lo que quiera con ellas, véndalos o tírelos al mar”, llega a decirle en una carta.

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Operarias de los almanecenes de José María Troncoso

Él mismo viajó con su señora a San Juan, donde llegó a hacer amistad con el dueño de los supermercados. Y allí, al observar in situ qué hacían con las aceitunas y pimientos que llegaban de España… se le encendió la bombilla.Se percató de que dos operarios cogían las aceitunas, los pimientos y las alcaparras y las echaban en un pilón, donde lo removían todo. El producto final eran botes «de condimento» para el arroz y otras comidas caribeñas. Troncoso empezó a unir cabos: si los pimientos en Puerto Rico los usan para hacer un revuelto…entonces el tamaño del producto no era lo importante…..Así se lo aseveró Margot: le daba igual el tamaño del pimiento.

Ya de regreso en Dos Hermanas, Troncoso empezó a comprar aquellas mijitas (que nadie quería), en distintos almacenes y por separado, a través de agentes corredores, de manera que nadie supiera realmente la cantidad de pimiento que llegaba a adquirir. Sus corredores compraban mijitas en Dos Hermanas, Camas, Santiponce… Pagaba una peseta por kilo y lo vendía a 50 en Puerto Rico, lo que le proporcionaba 15 ó 20 millones de pesetas de beneficios al año. Nadie conoció hasta ahora esa práctica. Una gran idea para una pequeña “mijita” que se tiraba a la basura.

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