Más preguntas que respuestas

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(Lucas 3,15-16) Tal y como se nos narra en el Evangelio de San Lucas, la experiencia que Jesús vivió al ser bautizado por Juan en el río Jordán fue una experiencia radicalmente personal. Después de ponerse a la cola de los pecadores, esperando encontrar respuesta a la inquietud que sentía por dentro, después de que Juan lo sumergiera en las aguas del río y lo levantara a una nueva vida, cuando estaba orando él sólo, fue entonces cuando el Padre hace consciente a Jesús que él era el Hijo amado, que él era el Enviado de Dios, que él era el Esperado de la historia.

En ese momento de profunda intimidad de Jesucristo con el Padre, recibe la certeza íntima y radical de cuál es el fundamento de su vida y cuál es su misión: Vivir en el amor del Padre y ser Palabra de consuelo para el que sufre, Palabra de justicia para el oprimido, Palabra de libertad, perdón y amor para todos. Pero eso no significa que ya Jesús lo tuviera todo claro. Era un hombre y, como tal, tenía que hacer el camino al que lo impulsaba su misión. Muchas preguntas tenía todavía: cómo, cuándo, de qué manera…

El camino de cada persona se hace al andar. El tuyo también. Pero tú también tienes que saber de dónde vienes y a dónde vas. Tu libertad está en hacer tu propio camino; pero esa libertad que eres brotó del amor, incondicional y entregado, con el que te amaron. El camino de tu vida es tu propio reto; pero si no pones en amar tu destino nunca llegarás a tu hogar. El amor, nos lo dice Jesucristo, es el fundamento y el destino de nuestra vida, como lo fue de la suya. Pero cómo, a quién o a quiénes, dónde y de qué manera has de vivir el amor sólo a ti corresponde responder. Aunque, a veces, el silencio es muy elocuente.

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