Rutinas

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Solemos circular por senderos ya establecidos por otras personas, por la sociedad y las costumbres, anteriores o añadidos a nuestro vivir aquí y ahora. Estamos rodeados de caminos tales como las calles para los vehículos o los carriles para el bus o la bici o el modesto paso de cebra, las carreteras, las rutas para volar o navegar, las vías del tren que nos llevan a destinos varios. Pero todos estos son inofensivos, son progreso y crean libertad.

Otra cosa son los caminos que, como implantaciones ineludibles, pretenden hacernos sentir la obligación de que los asumamos sin aparente alternativa. Nos convertimos así en piezas de un mecanismo en el que todos estamos implicados: la sofística legal, los papeleos interminables para conseguir nuestros fines, las estrategias bastardas de algunos finacieros, las corrupciones de las empresas o de la administración de los estados. En general, las mentiras de los sistémicos.

Así las cosas, nos hará bien al menos soñar un poco en tomar otras rutas, subir al tren que lleve a otro lugar, ser capaces de salir de lo acostumbrado. Puede que sean rutas sin asfaltar o desconocidas, por en medio de los campos o los peligros de itinerarios difíciles, pero seguro que encontraremos otras gentes, otras posibilidades arriesgando confianzas, respirar aire fresco, gozar paisajes nuevos, asistidos, no obstante, de la prudencia apropiada. Abrir cotos, buscar fronteras de entrar y salir, no parar hasta llenar de vida nuestra propia identidad. Romper con todas aquellas rutinas del pasado, de ayer, de siempre, que nos han hecho demasiado mecánicos, demasiado tristes. Que nos avergüenzan. Tan pequeños como somos, que podríamos desaparecer.

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