(Lucas 4,14-21) Jesús comienza su misión hablando alto y claro. En los primeros tiempos de su actividad va a Nazaret, a su pueblo, y allí explica la misión a la que Dios lo ha llamado comentando un texto del profeta Isaías: “ El Espíritu del Señor está sobre mi, y me ha ungido para que lleve la buena noticia a los pobres”.
Algunos se empeñan por espiritualizar el concepto de pobre. Que si pobre somos todos…, que si los ricos también pueden tener corazón de pobre…, que si la enfermedad y la soledad son las pobrezas más duras… Y todo esto es verdad, y tienen razón. Pero los nazarenos cuando escuchaban a Jesús entendían lo mismo que nosotros cuando les hablaba de los pobres. Los jóvenes en paro, los padres de familia hipotecados, los abuelos que dedican más de la mitad de su pensión a sus hijos y nietos, los que no reciben generosos indultos de los políticos, los que tienen que esperar entera la lista de la seguridad social.
Si la Iglesia, si la comunidad de los cristianos, quiere edulcorar el mensaje de Jesús para hacerlo más “eclesiásticamente correcto”, lo podrá hacer. Pero perderá al Mesías que nació, vivió y murió entre los pobres. Perderá la salvación que Jesús vino a traer. Y es que desde que Dios quiso que su Hijo se encarnara en los pobres para, compartiendo con ellos su vida, acogiendo con misericordia su ambigüedad y anunciándole su amor de padre, los cristianos sabemos que la salvación vendrá desde los pobres.
Esté donde esté tu lugar social, o vas al encuentro de los pobres o difícilmente te dejaras encontrar por Jesucristo. Reza con Él: “Venga a tu Reino, Señor”.