No es tu espíritu

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(Juan 15,26ss) AQUELLA ERA una situación ambigua. Por un lado habían estado varios años aprendiendo del Maestro, escuchando sus palabras, contemplando sus acciones; él mismo les había mirado, les había hablado tú a tú; habían contemplado su fortaleza y su lucidez en los enfrentamientos con los dirigentes, su fortaleza y su serenidad en el momento de la prueba; se habían visto iluminados por la experiencia inefable de la resurrección.

Pero ahora se había ido; los había dejado con la responsabilidad de llevar el Evangelio a todos los hombres y mujeres del mundo; y ellos eran unos pocos; muy poco cultos para hablar en público; muy poco sabios para convencer a nadie; demasiado débiles y cobardes para seguir con esa misión. Era tan inmensa la tarea, y tan pequeño su espíritu…

Pero entonces ocurrió lo inesperado. No, no te engañes. No es el pecado de la Iglesia, ni la indiferencia de muchos, ni la dificultad de la misión. En cuanto hay Espíritu hay primavera.

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Naturalmente que tu espíritu se acobarda ante las dificultades, se retrae ante el sufrimiento y recela de todo lo nuevo. Pero en la brisa de la noche, en el silencio de la oración comunitaria, o en la discusión por buscar el camino a seguir podemos encontrarnos con Quien sobrepasa nuestro espíritu.

El Espíritu nos hará, por amor a Jesucristo, asumir su cruz, vivir su alegría, vivir en la casa de los pobres, hacer de nuestras palabras espadas contra la mentira, afrontar con serenidad el transparente rostro de la muerte, encontrar en el prójimo a un hermano. El Espíritu nunca será sólo consuelo, siempre será impulso nuevo para ser fiel en Dios.

 

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