Hija y Madre

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(Lucas 2,16-21) ¿CÓMO SE puede explicar que, al mismo tiempo y por la misma razón, una puede sentirse hija y madre; más hija que nunca, madre por primera vez? Yo no sé cómo se sentirán los hombres. Si al saber que son padres sienten más la responsabilidad que la ternura; el peso de la preocupación, más que el milagro de la vida.

Pero nosotras, recién paridas, no podemos andar mucho de aquí para allá; así que nos queda el privilegio de escuchar la respiración del niño, esperar a que sus piernecitas se muevan, acercarle el pecho cuando tiene hambre… En nosotras, la ternura acalla la preocupación por el mañana, y la vida se concentra en el instante presente. No sabemos si tranquilizamos nosotras al niño cuando llora, o si es el calor suave de sus labios el que nos devuelve la paz a nosotras.

El ser madre me ha hecho comprender qué significa vivir en el presente, silenciando los ruidos de muerte y vacío que nos rodean, agradeciendo el don de la vida, experimentando que todo lo que tenemos y somos es regalo del Padre. ¡Qué mayor regalo me pudo hacer Dios que hacerme engendrar y dar a luz a mi hijo! ¿Cómo no sentirme profundamente hija al ser madre?

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Quizás mañana, o pasado, tendré que volver a preocuparme por cómo seguir viviendo en este campo de refugiados, por cuándo se acabará la guerra en nuestro país, por cuándo llegaré a algún lugar en Europa donde poder trabajar y vivir, por si nos llega para pagar el alquiler de la habitación en el piso compartido. Pero, aun así, cada día, me sentiré en paz profunda amamantando a mi hijo; cada día sentiré la paz profunda de los hijos. En el origen de nuestra vida, está, como un sacramento, lo que hemos de ser y vivir cada día de nuestra existencia.

 

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