Con nosotros

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(Mateo 28,16-20) DE los tres evangelios sinópticos, el que más abunda en los relatos de la resurrección es Lucas, en cuya comunidad no hay ningún testigo directo de aquella experiencia. Mateo y Marcos, que cuentan con el testimonio directo de los apóstoles y de otros discípulos, son parcos en describir el encuentro con el resucitado. Marcos apenas nos ofrece la noticia, y Mateo sólo constata el encuentro en un monte de Galilea en el que los envía a anunciar el evangelio a todos los pueblos. Pero la resurrección de Cristo los marcó para toda la vida, y a través de ellos nos ha marcado a todos los creyentes, y a toda la humanidad.

Dice la teología que el bautismo imprime carácter; es decir que la experiencia profunda de fe, de la que es signo visible el agua bautismal, una vez que ha echado raíces en una persona no deja de ser fuente de vida en ella. Quien en algún momento en su vida ha tenido verdadera experiencia de intimidad recreadora con Cristo, ya siempre tendrá a Cristo y su mensaje como referencia de vida.

A los apóstoles los impulsó a llevar la buena noticia de la persona de Jesucristo a todos los pueblos. A cada uno de nosotros, los bautizados, nos ha de llevar a una misión única e importante. En medio de nuestra debilidad intentaremos amar como él mismo nos ama. Setenta veces tropezaremos; setenta nos levantará; setenta veces siete sentiremos en el hondón de nuestra existencia su llamada a ser semillas de nueva humanidad, allí donde quiera que estemos.

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También a ti, un día, en un monte en el que habías quedado con él, te invitó a entregar tu vida a una misión de la que sólo tú puedes responder.

 

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