Jerusalén: principio de la historia.
Allí, sobre un borrico y, a sus puertas,
Jesús desentrañaba las alertas
a un pueblo condenado a sus euforias.
Comienza Su final de entre las palmas
surgidas sobre el vasto griterío;
movidas del clamor de aquel gentío
que avivaba entre vítores sus almas.
Y ocurrió que las gentes, sin temor,
alumbraban, por Él, los derroteros
por los que ya no andara el carpintero
y empezara a pisar El Salvador.
Y ocurrió que aquel pueblo que gritara
efervescente, pleno en alegría,
displicente, en pasando pocos días,
lo abandonó a su suerte prefijada.
Me pregunto si soy uno de esos
que a la vez que derrama la alabanza,
impregna en el veneno de su lanza
objetos tan ruines e inconfesos,
que ya no reconoce en sus pisadas
las huellas del valor sin el orgullo,
las mellas de vergüenza en el repullo
de ver su esencia rota, acomplejada.