(Mateo 2,1-12) Narra el evangelio de Mateo que unos sabios de tierras lejanas llegaron a Belén para adorar a un niño glorioso que había nacido. Su estrella los guió. No nos dice si eran tres o más. Tampoco nos dice sus nombres. El evangelio apócrifo de Tomás nos apunta sus nombres propios: Melchor, Gaspar y Baltasar. La tradición posterior hizo de aquellos sabios, reyes; a uno de ellos europeo, a otro oriental y al último africano. Pero lo que sí nos narra con todo detalle el evangelio de Mateo son los regalos que le ofrecieron al Niño: oro, incienso y mirra.
También han venido a nuestras tierras personas de tierras lejanas, de África, de Asia y de Europa. Han venido buscando la salvación de la pobreza y del hambre; han venido buscando, como aquellos de Belén, una esperanza para sus vidas. Pero han traído consigo maravillosos tesoros que nos pueden enriquecer verdaderamente a nosotros.
De Asia nos traen el sentido de la corrección y del trabajo, que tanto nos está faltando a nosotros en estos últimos tiempos. La India y China están avanzando a pasos de gigante por su valoración del esfuerzo, de la excelencia y de la persona que respeta los límites de lo correcto.
De África, el amor a la vida, la vitalidad de la danza, del color, de la alegría. No te ofrecen lagrimosamente pañuelos a los pies de un semáforo; te los ofrecen bailando y con una sonrisa inexplicable para nuestra mentalidad entristecida y mortecina.
De América nos llega una fe sencilla, humilde, sincera, de gestos y de símbolos a la que tenemos que abrirnos para recuperar nuestras propias raíces, pues ellos nos las recuerdan.
No son pequeños regalos, tenemos que estarles agradecidos.