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Corazón sencillo

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Siempre nos llama la atención la gente con un corazón sencillo; gente no complicada, ni retorcida, sino transparente; cuando habla, convence, llega al corazón, uno se siente atraído. ¡Da ganas de sentarse con esa gente! Ellos no buscan complejidades, no desconfían por las buenas, tienden a creer y confiar, ven en la gente lo bueno. Su sencillez de corazón se opone a esa otra postura, la de buscar siempre motivos para no creer, la de dudar de todo, la de complicar las cosas, la de plantear siempre dificultades, la de encontrar algo que nos dé la excusa para descalificar.

Esta actitud frente a la vida, la de hacer lo complejo algo sencillo, la de creer, confiar, de poner una sonrisa y un deseo de hacerse comprender y querer por el prójimo, es una parte importante del amor. Porque el amor es sencillo y humilde; por eso Dios es simple, humilde y pobre. Él hace las cosas de su Reino sencillas para nosotros y se las revela a los sencillos. Pero, a la vez, se pone una nube entre su misterio y nuestra razón. Es por este motivo no querer ver y saber más allá de lo que somos capaces de ver. ¡Sólo creer en Él! Esta actitud, la de creer, proviene de un corazón sencillo. Creer, con un espíritu abierto a las cosas del Reino, más allá de que la mente, nuestro intelecto, no alcance a comprender lo que percibe. Es muy difícil tener fe en Dios, si queremos procesar todo a través de nuestra razón. La soberbia, origen de todo pecado porque proviene de quien quiso ser como Dios en los inicios de los tiempos, nos arrastra a querer ver donde no podemos, y finalmente a creer sólo si nuestra razón comprende. ¡Sólo Dios puede comprender sus cosas!

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Cuando veo tanta gente sencilla en los lugares donde se expresa la fe en Jesús y María, no puedo dejar de admirarme de la sencillez de esos corazones que creen, no preguntan, no se hacen planteos más allá de la fe o las enseñanzas que Jesús nos dejó a través de su palabra. ¡Benditos esos corazones plenos de sencillez y fe, bienaventurados los sencillos y humildes de corazón!

Es por este motivo que da grandes alegrías ver gente con dones intelectuales y buena educación, que también tiene un corazón sencillo, y cree en las cosas de Dios sin preguntarse. Esos hermanos han pasado una prueba muy importante, han llegado a rozar la verdadera sabiduría, la de hacerse pequeños y aceptar con corazón agradecido el misterio de Dios revelado en Jesús de Nazaret sin preguntarse, ni querer encontrar razones, ni demostraciones para legitimar el modo de actuar de Dios. Sólo aceptar, orar, adorar al Señor, y disfrutar de los pequeños detalles que Él nos permite ver de su maravilloso Reino.

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