La fe de un niño

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(Lucas 17,5-10) SI TUVIERAIS fe como un granito de mostaza, diríais a esa higuera: Arráncate de raíz y plántate en el mar; y os obedecería”—así responde Jesús a sus discípulos cuando estos le piden que les aumente la fe. No gusta a Jesús ser condescendiente, responder con verdades edulcoradas, tratar a los demás como personas inmaduras.

 

“No me digáis auméntanos la fe, porque no tenéis ninguna”, parece decirles –decirnos. Pedir tener más fe es un contrasentido porque la fe te despoja de seguridades, de proyectos y de máscaras. “Soy esto, soy lo otro; tengo esto o lo de más allá”, cuánto necesitamos defendernos de la mirada del otro con títulos y nombres.

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Pero no dejéis la lectura sin haceros una pregunta: ¿qué experiencia de fe tendría Jesucristo para hacer esta afirmación tan tajante y radical? Él cambió el corazón de algunas personas, pero de otras no; hizo que unos cuantos trabajadores lo siguieran y lo admiraran, pero pocos más; tuvo el cariño de unas cuantas personas pobres a los que le ofreció el camino de una nueva vida, pero no curó a todos los enfermos de Israel. ¿A qué se referirá Jesucristo con esto de la higuera –planta de raíces tan profundas que es la más difícil de erradicar? ¿Qué experiencia suya, personal, nos quiere transmitir con esta metáfora? (…) Y para nosotros: ¿Cuál es la higuera que está levantando los cimientos de nuestra propia casa?
Llamó el miedo a la puerta; abrió la fe, y ya no había nadie.

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