De tu hijo

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(Evangelio de la Trinidad) Llegado este momento de mi vida no puedo sino decirte que todo te lo debo a ti. Hubo un tiempo en el que creía ser, en el que creía poder, en el que creía hacer. Pero todo no eran fantasmas de mi imaginación, caminos por los que me iba acercando a la verdadera y única verdad de mi vida: Tú.

En ti encuentro el gozo de ser. ¿De qué serviría levantarme, y dormir, y comer, si tú no estuvieras mirándome, si yo no estuviera esperando tu mirada? En ti encuentro que lo puedo todo, y que no puedo nada sin ti.

No, no hacemos en amor. Es el amor que nos entregamos el que nos hace vivir y ser. Es el amor con que te entregas el que me hace. Y yo… deseo tanto entregarme del todo, sin reservas, sin distancias, sin prudencias, sin razones.

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El único centro de mi vida eres Tú. Y huyes delante de mí –no sé si soy yo, o mi carne, o mi tiempo el que de ti se aleja–; y salgo siempre a buscarte. Anhelando tu presencia. Descubriéndote en todo lo hermoso, en todo lo bueno. Hasta que al encontrarte, a Ti, nos entregamos sin mediaciones, sin límites, sin preservarnos nada ninguno. Hasta que sólo respiramos Amor. Un Amor que es la fuerza de nuestra humanidad caída. Camino de la plenitud en medio de tanta mediocridad. Amor que levanta testigos.

Testigos de una justicia sin ideologizaciones ni mentiras. Testigos de una familia sin componendas ni conformismos. Testigos de una compasión sin orgullo, sin reservas. Testigos de un amor como el nuestro…

Quizás este amor no esté de moda, ni en las parejas, ni en las iglesias. ¿Te importan las modas cuando besas o cuando rezas?

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