Montecillos = gueto

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    Debajo de mi mundo hay otro mundo.
    Debajo de mi calle, hay otra calle.
    Atado a mi reloj, late un segundo

    que no puedo medir hasta que estalle
    llenando de razón a mi ignorancia;
    sacando a relucir cada detalle.

    Pegada va a mi vana extravagancia
    —sutil, junto al perfil primermundano—,
    la cruel supervivencia y su fragancia

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    que, poco a poco, atusa con su mano
    los huecos —ya podridos— del progreso
    sembrados en su lodo cotidiano.

    Unido a mis perfumes siento el peso
    de otro aliento en cortinas invisibles
    de cenizas etéreas que, en un beso,

    habrán de hacerse —son—  indivisibles
    a mi ser, más allá de mis complejos;
    mis tristes realidades inservibles.

    Son sombras sin un hueco en mis espejos,
    mis caminos no son sus travesías,
    y aún tan cerca están, aún, tan lejos…

    Su luz y nuestra luz forjan dos días
    con dos soles distintos, dos ponientes,
    dos noches en un tren que va en dos vías.

    Dos formas de sentirse diferentes.
    Dos formas de vestirse con el viento.
    Dos hormas para asir a los ausentes.

    Y así damos su forma al esperpento;
    y así el gueto alimenta el frenesí:
    restregando los mundos entre sí;
    olvidando el valor de cada acento…   

    A dos policías de servicio…

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