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    Temblor negro

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    Haití, la negra Haití, se ennegreció.
    El aire entre cristales se hizo añicos
    y el tiempo, al son terrible de los gritos,
    cesó su aliento al suelo, que se abrió…

    Apenas unos días y, al asombro
    de ver roto un país —antes ya roto—
    sabemos que aún cercano el terremoto
    media isla se muere en sus escombros.

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    Se cumple una máxima cruenta:
    sufrimos las heridas de su suerte
    sirviéndonos imágenes de muerte;
    a medida que el morbo se alimenta.

    Es así como somos: la razón,
    la baza del haitiano en estos días
    si quiere conseguir nuestra empatía,
    es dar y acaparar televisión.

    Sirva aquí este poema entre mis manos
    para ser altavoz del tercer mundo
    que sin televisión, y aún moribundo,    
    sufre al son del dolor de los haitianos.

     

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