Soledad creadora

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(Lc 3, 1-6) ¿Por qué me has traído, Señor, a este desierto, donde ni los lagartos encuentran un sitio donde vivir? ¿Por qué me pides que me aleje del ruido, y de la rutina, y de mis quehaceres cotidianos, si en este silencio sólo escucho mis propios pensamientos, como siempre circulares, obsesivos, inmaduros, sin norte ni principio, sin nada nuevo que ofrecerle a mi vida?

No soy mejor que mis padres. Muy al contrario, más egoísta y menos sufrido que ellos. No soy mejor que los que viven sin mucho pensar, entregados a lo que la vida les depara. ¿Para qué quieres que este silencio ponga a la luz mi propia mediocridad y las lóbregas cavernas que horadan mi corazón?

En silencio crece la hierba, sin que nadie pueda escuchar cómo brota la frescura de su verdor. En silencio se abren las flores, sin que nadie pueda atender al milagro de su hermosura. En silencio blanquea la escarcha los campos en el invierno; en silencio rompe el polluelo su cascarón. En silencio nace el amor en el corazón adolescente, sin que ni él mismo entienda porqué le llena la sola presencia de quien ama. En silencio Dios te habla y te recrea. En silencio he hecho de ti, desde tu pobreza y tu debilidad, mi mensajero, mi enviado. Ya no es hora del esfuerzo; es tiempo de dejarte llevar por quien te habita. Habla con fuerza, anuncia que ya está aquí el Salvador.

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