El Padre y yo somos uno

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Juan 10, 27-30

 “El padre y yo somos uno”. Es la frase con la que acaba el Evangelio de esta semana. Los Cristianos estamos acostumbrandos a escuchar que Jesucristo es Dios y nos parece normal: no hemos visto a Jesús como un hombre cualquiera, trabajando y dialogando en su aldea de Nazaret, sino que la experiencia que tenemos de Jesucristo es la de su presencia de Resucitado en lo más profundo de nuestra vida. Pero que un hombre relativo y caduco se haga Dios es la fe más escandalosa y provocativa que pueda imaginarse.

 

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El principal misterio de nuestra fe no es que Cristo naciera de una mujer virgen, ni que un muerto recobre la vida, si no que el amor, la verdad y la belleza de su vida entregada hasta la Cruz fuera presencia absoluta del amor, la verdad, y la belleza del Dios altísimo.

Pero gracias a esta fe escandalosa y provocativa sabemos quién es Dios y cómo es Dios. Dios es tan humano como Jesús; es tan cariñoso con los pecadores y con los pobres como Jesús; le duelen tanto las injusticias de los hombres como a Jesús; es tan cercano con quien sufre la angustia y el dolor como Jesús; puede llenar nuestra vida de tanto sentido y felicidad como Jesús.

Si quieres tener duda, tenlas en condiciones: ¿puede “caber” Dios en el corazón de un hombre, aunque ese hombre sea Jesús de Nazaret?

 

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