Jerusalén, Jerusalén…

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Estaba el buen Jesús
prendido por las manos
de la muerte,
su frente con sudor
ensangrentado,
rezando sentimientos,
por entre los olivos,
de amigos soñolientos,
olvidado. 

Jesús, el buen Jesús,
Jerusalén arriba
te han llevado.

La noche sin sentido,
la sombra de la cruz
en su semblante,
y Judas traicionero,
guiando la partida
de armada soldadesca,
con un siniestro beso
lo ha entregado.

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Jesús, el buen Jesús,
hacia Jerusalén
has caminado.

Su cuerpo tembloroso,
qué seca está su boca,
judíos y romanos
le detienen,
su corazón se agota.
Serena se mantiene
su mirada,
tan triste y apagada.

Jesús, el buen Jesús,
Jerusalén servil
te ha secuestrado.

Sumido en la vergüenza
de verse despreciado,
recibe vejaciones
de la gente.
Por entre las tinieblas
de ciegos indolentes
se debate.
    
Jesús, el buen Jesús,
contra Jerusalén
te has atrevido.

La noche silenciosa
se ha vuelto sigilosa.
Amigos del Maestro,
del reo inusitado,
se cruzan vigilantes,
discretos, doloridos,
por entre las callejas,
absortos y confusos,
ayes del alma salen,
y lágrimas se asoman
a los ojos.
Jesús el Nazareno
camina entre soldados,
imperiales.
Al Sumo Sacerdote
lo conducen,
Caifás, jefe supremo
de senadores y letrados.
Jesús allí confiesa,
que de su Padre
es el Hijo amado.

Jesús, el buen Jesús,
Jerusalén
te quiere sometido.

Qué larga fue la noche,
de soledad tejida,
de temblores y rezos,
de insomnios
y sueños desgraciados.
Llegada la mañana,
más allá de las burlas
y grotescos insultos,
Jesús guarda silencio
ante el poder de Herodes
maltratado.

Jesús, el buen Jesús,
por el sistema
lastimado.

Jesús frente a Pilato
proclama ser el rey
de un reino sensitivo,
reino de amor transido,
en el que Dios es padre
y nuestro fiel amigo.
Tiene miedo el pretor.
Un horror subterráneo
le atenaza la mente.
Como un vulgar vasallo
que en el poder
ha puesto su esperanza,
siniestro, temeroso,
hacia la dejadez
inclina la balanza.

Jesús, el buen Jesús,
amor y libertad
has regalado.

Y en la hora suprema,
la cruz enhiesta,
deja colgar su cuerpo,
descompuesto y frío,
mirándose en la muerte,
que tanto amor no pudo
llegar a la frontera
de otra suerte.

Jesús, el buen Jesús,
que de Jerusalén
nos has librado. 

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