Un buen vino

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(Juan 2, 1-12)

Por amor a mi pueblo, no descansaré –dice el Señor. Por amor a todos y cada uno de los hombres, mujeres y niños no dejaré de poner en vuestro corazón la llama de la que surge el incendio de la verdadera justicia. Por amor a todos los que sufren no dejaré de llamar a la puerta de tu intimidad para convertir tu existencia en un hogar y ponerte al servicio de los más pobres.

Soy como el vino que alegra, como el amor que emborracha: ¡rompe las cadenas de tus prejuicios!; ¡rompe con tus antiguas cobardías y vive desde la entrega!
Algunos te dirán que son anacronismos del pasado; tú saborearás una dulce intimidad conmigo. Otros te dirán que no merece la pena una solidaridad tan radical, un compromiso tan grande; tú sabrás que te encuentras en el camino de tu propia libertad.
Deja atrás todo legalismo: el de la ley del consumo, el de la competitividad fría e inhumana, el del ritualismo vacío, el del demostrarte que eres mejor que los otros, el de la botellona. Deja atrás todas las leyes que te tragas sin sentir por la pantalla del televisor. Deja atrás las leyes que matan y acoge mi Espíritu como quien saborea un buen vino y se deja inundar por él.
—Dame a beber tu vino y prometo bailar al son que sólo tú me toques (apago el televisor y abro el corazón).

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