La luz en los colores

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En este tiempo nuestro, tan confuso y difícil para comprender las claves de la creación artística, resulta grato encontrar a personas como  ella:  una mujer que rezuma belleza y armonía por todos los poros de su piel. 

Hablo de Suero, Mari Carmen. La conocí hace ahora cuatro años, en  aquella primera exposición de la Hacienda de Quintos, y quedé fascinada por la luz arrebolada  de sus poderosas marinas y por la perfecta composición de sus naturalezas muertas que a mí me parecen llenas de vida… Pero luego, cuando vi cómo salía de su paleta  el rostro del Gran Poder, entendí que aún es posible encontrar a alguien que posee la gracia del don. Pienso que hasta el propio Juan de Mesa y Luisa la Roldana, celebran desde allá arriba la dulzura, la templanza, la serena mansedumbre que respiran sus sagradas  imágenes en las manos de esta pintora.  
Y digo que Mari Carmen  es una pintora en la más amplia y grande acepción del término porque veo en ella a una  artista  completa de esas que tienen la suerte de tutear a la inspiración: esa dama antigua y misteriosa que  reserva su presencia solo a los elegidos. Las creaciones de Suero  pueden causarnos  tanta emoción  como las que podemos ver en los frescos de Pompeya, en las escenas de los vasos griegos,  en la mística ternura  de los pinceles de Botticelli o en el lírico arrebato de la pintura romántica.
Esta mujer tiene en sus manos ese íntimo secreto de la creación que tantos envidian y adulteran hoy con el camelo contemporáneo: una  libertad sin límites  en la teoría de las ideas estéticas  que dice que todo vale y que todo es arte: también la basura, los cartones sucios, las latas, los trapos viejos  o los palillos de dientes usados… y el que se niegue a admitirlo es porque no lo entiende. Así de absurdo  es el festín  del mercadeo que se traen con la gran mentira.

Pero en este totum revolutum que es la rabiosa actualidad artística, también emergen, por suerte, los verdaderos genios, los que siempre  trabajan buscando  y encuentran las fuentes de la verdad, de la luz, de la belleza y de la armonía para realizar sus obras y ofrecerlas a sus semejantes  convertidas en cuadros, en escultura, en música, en arquitectura, o en la clara y sabia palabra que ayuda a que el camino se nos haga menos duro, menos árido, un poco más  humano y ameno.
Suero Pavón tiene la llave de ese manantial. Su pincel es para ella tan necesario como el aire que respira. Su tiempo es arte y en él se emplea con el cuerpo y el alma para enseñarlo como maestra, para divulgarlo en su galería, para repartirlo en las diferentes exposiciones que promueve y protagoniza tanto en solitario como colectivas.
No piensen ustedes que he cargado las tintas al dedicarle este comentario. Solo quiero reflejar lo que siento ante la  cálida, femenina, íntima y exquisita  obra de esta mujer tan bella por fuera como por dentro. Una  visita a su estudio es como  un viaje a ese mágico lugar donde nace la luz, bañada en una  estela de colores. Solo me queda confesar que me gustaría escribir tan bien como ella pinta… pero esa es una  gracia que no quiso darme el cielo.

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