“Avalancha, invasión”

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(Marcos 9, 38-48)
Muchas veces nuestra conciencia de cristianos queda oscurecida por un aluvión de mensajes y valoraciones de la realidad que se nos imponen desde los medios de comunicación y que en absoluto son compatibles con la fe que profesamos. Últimamente se está dando esto con las personas que vienen a España a trabajar y vivir en unas condiciones de vida más humanas y dignas de las que lo pueden hacer en su país.

La injusticia que sustentaba nuestro desarrollo y nuestro bienestar material está dando sus frutos. No podíamos pretender que el proceso de enriquecernos a costa de los países del Tercer Mundo no tuviera repercusión en nuestra vida. “El jornal defraudado a los obreros que han cosechado vuestros campos está clamando contra vosotros” –dice la carta de Santiago; y ahora deja de gritar lejos de nosotros y escuchamos y vemos su grito a la puerta de nuestra casa. Al caucho, al café, a los diamantes, al oro, a los semiconductores de las minas del Congo, al petróleo, a los fosfatos… a todo eso estaban abiertas nuestras fronteras, sin preocuparnos de cómo vivían los que nos lo proporcionaban. Ahora vienen a un mundo que está construido, también, desde el esfuerzo y la vida de los suyos.

No sobran. ¿Cuánta ropa tiramos cada año?, ¿cuántos alimentos se nos estropean sin consumirlos?, ¿cuántos caprichos inútiles tienen nuestros niños, nuestros adolescentes, nosotros mismos? ¿En cuántas casas de nuestro pueblo no cabría una personas más?
“Si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos la infierno, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”. Desenmascara todo aquel discurso que hace de los más pobres los culpables de todo, del que convierte a las víctimas en verdugos, de aquel que se niega a la más elemental humanidad. La inmigración hoy es una oportunidad de verdadera solidaridad, de verdadera justicia. Y los cristianos hemos de ser hoy, como siempre, testigos de solidaridad, de justicia, de caridad en medio del mundo.

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Las leyes han de acertar para conducir a nuestro pueblo por caminos más humanos, y en cuestiones de política los cristianos podemos tener distintas opiniones. Pero la actitud moral del evangelio es la de acogida al que sufre, la de justicia con el débil, la de condena al que desprecia al pobre.

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