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Vida indolora (Marcos 8, 27-35)

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Uno de los problemas más graves que tienen nuestros niños y jóvenes es el bajo umbral de frustración que son capaces de asumir. De aquí proceden problemas de violencia, enfermedades psíquicas, e incluso intentos de suicidio de los adolescentes. En nuestra cultura se está privando a los niños del dolor y de la frustración: no hay capricho que no tengan, no hay responsabilidad de la que no se les dispense, no hay esfuerzo que se les exija. Esta constante cultural en la educación de los niños está presente en multitud de aspectos de su vida. En el colegio no se les exige esfuerzo del estudio, nadie tiene auténtica autoridad sobre ellos; hoy por hoy a ningún maestro se le ocurre imponerse a un niño, se expone a una segura desautorización de la familia que cree cualquier lloriqueo infantil antes que el razonamiento del mejor de los educadores. En la casa se exime de cualquier tarea a niños y niñas, es más cómodo tenerlos ausentes delante de una pantalla que enseñarles a ser asumir las tareas de la casa, las responsabilidades mínimas de la vida en común. No es ni mucho menos extraño que hombres y mujeres de más de veinte años sigan comportándose en su casa como adolescentes de trece.

El único aspecto en el que se produce un envejecimiento prematuro es en el del consumo. Los mayores consumidores de nuestra sociedad son los niños y los adolescentes. Toda diversión es consumista o alienta al consumo. Se inician prematuramente en el consumo de alcohol, en el consumo de otras drogas, en el consumo de sexo, en el consumo de las propias etapas de la vida. Si ustedes miran las expectativas de vida de un niño de trece años y la de muchas mujeres y hombres de veintitrés resulta que son las mismas: están diez o quince años paralizados en la misma superficialidad. No se engañen, no estamos en una cultura liberal y permisiva, sino en una cultura que ha asumido el consumismo con una profundidad tan radical que lo ha hecho invisible.

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Y, sin embargo, esta sociedad indolora y consumista deja vacío e infeliz a todo el que en ella se aliena. El corazón de la persona necesita retos que conseguir, dificultades que vencer, problemas a los que imponerse. El corazón de la persona necesita alguien a quien entregarse, y el continuo consumo de cosas y cuerpos deja inerte la ilusión.

El consumismo y la superficialidad no son compatibles con el cristianismo: “El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio se salvará”.
Vosotros que sois jóvenes, no dejéis que otros decidan vuestra vida. El evangelio nos invita a buscar el camino de solidaridad concreta en el que entregarnos a los más pobres, el camino de amor verdadero en el que compartir auténticamente el corazón. No temas a las exigencias ni a las dificultades, Jesús de Nazaret es fiel.

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