Carretera perdida

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 Las colinas tienen ojos

El que hoy es uno de los puntales del cine de terror (después de haber creado las sagas de Pesadilla en Elm Street y Scream entre otras), tuvo uno de sus primeros éxitos hace casi treinta años, con un filme de ínfimo presupuesto que ahora, casi tres décadas después, se ha permitido el lujo de versionar, con los medios y dinero que no pudo usar entonces, encargándose sólo del papel de productor, y dejándole la dirección al joven francés Alexande Aja, que hace un par de años sorprendió al panorama cinematográfico con la orgía de violencia lésbica, multipremiada en Sitges, que fue Alta tensión.

FICHA TÉCNICA:
Estados Unidos, 2006.
Título original: The hills have eyes.
Director: Alexandre Aja.
Producción: Wes Craven, Peter Locke y Marianne Maddalena.
Guión: Alexandre Aja y Grégory Levasseur, según el guión del filme de Wes Craven (1977).
Fotografía: Maxime Alexandre.
Música: tomandandy.
Montaje: Baxter.
Duración: 107 minutos.
Intérpretes: Ted Levine (‘Gran’ Bob Carter), Kathleen Quinlan (Ethel), Dan Byrd (Bobby), Emilie de Ravin (Brenda), Aaron Stanford (Doug Bukowski), Vinessa Shaw (Lynn), Tom Bower (Dependiente gasolinera), Michael Bailey Smith (Pluto), Laura Ortiz (Ruby), Ezra Buzzington (Goggle), Billy Drago (Papá Jupiter), Ivana Turchetto (Gran Mamá).

 

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La familia Carter (matrimonio, tres hijos y marido y bebé de la mayor de ellos) viaja en caravana, cruzando el país en dirección al sudoeste americano, para celebrar las bodas de plata de los padres. En pleno desierto de Nuevo México, el dependiente de una gasolinera les habla de la existencia de un ‘atajo’ que les ahorrará unas horas. Para ello deberán abandonar la carretera, y viajar a través de las colinas desérticas, por un camino de tierra. En realidad, lo que ha hecho el dependiente (obligado por el temor que les tiene) es enviarles directamente hacia los dominios de una raza de mutantes, antiguos habitantes de un pueblo minero de la zona, que se negó a irse de sus hogares cuando, en los años cincuenta, el gobierno americano utilizó el terreno para realizar diversas pruebas nucleares con la explosión de varias bombas. Un accidente con el coche dejará a la familia aislada, en pleno desierto, incomunicados, a merced de unos mutantes que, años después, siguen sedientos de venganza hacia los ‘normales’ que hicieron o permitieron aquellos bombardeos.

El director francés demuestra una solvencia de la que carecen la mayoría de los norteamericanos a la hora de llevar a la pantalla la historia, a la que otorga una estética apocalíptica y postmodernista, de cierto toque onírico, y dando nuevos giros de guión, que no existían en la original.

La cinta se ve con gusto (si uno no es demasiado sensible a la sangre y la casquería diversa, de la que el filme abusa), resulta interesante el modo en que Aja cuenta la historia, el tono y el ritmo que utiliza, pero también se le nota, a veces, inconsecuente. En la primera incursión mutante en el terreno de la familia protagonistas, no se andan con chiquitas, y sin contemplaciones acaban con la mitad de ellos. Por eso resulta incongruente que cuando uno de los supervivientes se interne en su propio terreno (el de los mutantes) se anden con tantos remilgos y den tantas vueltas para acabar con él.

Pero claro, esto es uno de los elementos habituales de toda cinta de terror que se precie (los malos, mutantes o de aspecto desagradable a poder ser empiezan con ataques fuertes para después ir aminorando la intensidad de los mismos). Y ésta, pese a los puntos a su favor que tiene (que no son pocos, como por ejemplo un gran reparto con actores poco conocidos que hacen creíble sus interpretaciones), no iba a ser menos.

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