Cosas del Estado

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La práctica o experiencia de hacer Estado debe facilitar a los ciudadanos vías adecuadas para ser sociables. El origen del Estado fue la necesidad de repartir bienes y derechos, es decir, la justicia es anterior al Estado y lo fundamenta. La praxis de la justicia es más principal. La justicia  es la que hace libres a los ciudadanos del Estado. Cuando una población se ejercita en la justicia, la organiza y estructura, está creando un Estado libre, está haciendo ejercicios de construir Estado. Desde muy antiguo, algunos, como los llamados sofistas griegos, que fueron gentes muchas veces corruptas y metidos en leyes, quisieron que el Estado fuera dominado por los más fuertes o los más ricos y poderosos. Pero las fuerzas de los bienintencionados y el saber de los sabios vieron que un acuerdo entre todos era lo ideal para la convivencia. Andando el tiempo, a este acuerdo se le llamó constitución. Los medievales mezclaron las cartas de derechos, las costumbres morales, las constituciones con los grupos poderosos y las ideologías mayoritarias. Las autoridades del medioevo no siempre dieron ejemplo de justicia y libertad, por eso, pasados los siglos, en la época que se llama Renacimiento, se inició una operación de derribo del medieval Estado que aún perdura. El Estado debía funcionar como la unión de muchas voluntades y culturas y en nombre de la libertad, propia o propiedad de la justicia, respetar  lo más íntimo y sagrado de cada persona: su propia conciencia.

El Estado como diría Ortega es “el superlativo de lo social” y lo social aquí se contempla como un movimiento centrípeto que aúna voluntades mínimas y centrífugo o que ofrece libertades máximas con la condición y criterio de que todos entren en el juego, en el programa. Los colectivismos y las dictaduras de los poderosos  o incluso de los proletarios vieron el tema al revés. Así que imponían una constitución y todos habrían de obedecerla con la promesa de un futuro mejor. Sin embargo la gran fuerza del Estado libre es que los individuos pueden ejercer como ciudadanos con la mayor de las calidades humanas: la libertad.

En un Estado libre, lo que al Estado le pasa es lo que le pasa a los ciudadanos que libremente se asocian  y se comprometen a seguir leyes que se inspiran en una constitución elaborada y aprobada por todos. Se pueden equivocar, pero también rectificar. Pero he aquí que no se deben sólo a la constitución, sino también a sus sociedades particulares, a sus grupos a sus naciones.

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Los siglos XVII y XVIII contemplaron el nacimiento del Estado moderno. Para el pensador Rousseau ser libre consistía en ser generoso con los conciudadanos y disciplinado en la observancia de las leyes. Pero el gran artífice del Estado moderno fue Kant. Pasó su vida tratando de poner bases científicas  al pensamiento filosófico en genera y al ético y político en particular. No pudo culminar su empeño pues los principios de la política no son mensurables como sí lo son los hechos. Y los hechos políticos quedaron huérfanos de seguridades científicas. El hombre es libre para Kant si es fiel a su conciencia, pero si no observa las leyes justas será coaccionado por la justicia hasta que se redima y vuelva a ser un buen ciudadano cuidadoso de las leyes.

Llegado el siglo XIX, los románticos valoraron la nación en exceso, un concepto y realidad que no es equiparable al Estado sino que la nación o naciones están constituidas como grupo o grupos que nacidos en el territorio del Estado forman grupo o grupos con peculiaridades propias. La nación se diferencia del Estado en que éste debe en lo posible, en su estructura, organización y contenidos abarcar, estar por encima de las distintas naciones o diversos grupos sociales y partidos de ciudadanos afines obedientes y no contradictorios con la constitución consensuada. El Estado es la forma, las naciones, los grupos son los contenidos.

La hinchazón de las naciones llegó hasta el siglo XX. Países como Estados Unidos invirtieron los conceptos y se dicen una gran nación en lugar de llamarse un gran Estado con multitud de naciones, que parece más próximo a la realidad. Todavía hay países que defienden la primacía de la nación sobre el Estado y esta manera de ver el tema crea problemas diarios en la organización de los Estados cuando no luchas internas y estériles. El sentimiento nacional, de no ser limitado y respetuoso, continúa contaminando las tareas del Estado. Partidos políticos melancólicos de viejos colectivismos y nacionalismos de cualquier color, se debaten en imponer de manera generalizada ideologías y pretenden ilícitamente apoyarse en la fuerza del Estado que es la casa política de todos.

El Estado contemporáneo necesita distinguirse de los grupos de poder, de la nación o naciones, no para excluirlas sino para no ser suplantado por ellas. El Estado contemporáneo necesita separar, deslindarse de una vez por todas del concepto y la realidad de nación, porque la más íntima esencia del Estado no consiste en las varias particularidades de los ciudadanos asociados. El Estado contemporáneo es una gran empresa de servicios iniciada con un capital humano de dignidades  y vigilada por los representantes del pueblo. No se trata, en absoluto, del final de las ideologías y el humanismo, sino todo lo contrario. La tarea que se impone es distinguir, deslindar las áreas, definir las relaciones, para acabar con la confusión en beneficio de cada realidad política o social.

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