El placer de la identidad

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Los pensadores en general y los humanistas en particular siguen utilizando como algo actual las palabras "alteración" y "alienación". La primera se refiere a que las calidades o dotes de una persona cambian o se trastornan. Esto puede ocurrir de una manera natural y positiva como desarrollo de la persona, pero también como un cambio no natural que se produce en contra de aquellas calidades, que diría Rousseau de inocencia primitiva, y no ya como una evolución de las mismas.

Si la alteración es efímera, superficial, si no cambia lo más importante del individuo ni en sentido positivo ni negativo, en ese caso se trata de alteración ocasional, de pequeña crisis, de tropiezo que tiene la vida misma como algo normal y la persona puede volver a su propia historia sin grave inconveniente.

Ortega y Gasset decía que “alterarse” es no vivir desde sí mismo, sino desde “lo otro” y se podría añadir “desde los otros”, desde el estar sometido a algo externo que no se refiere a nuestra propia historia personal, a nuestro propio proyecto. Cuando la alteración es  grande o máxima, entonces el sujeto entra en una nueva situación y esta vez, en verdad, fuera de su vocación personal. Este estado es el que se llama de “alienación“. Con esta palabra se quiere expresar el nuevo ser del hombre, de la mujer que ya no es quien era, sino que ahora es otro u otra. Que su propia conciencia no se reconoce a sí misma. Que se acomoda, por más que a veces no quiera, a vivir en contradicción consigo mismo. Que se ha vendido a otras vocaciones y voluntades. Que ha perdido el placer de la identidad, de manera que soporta un vivir personal y despersonalizado a la vez. Piénsese en los conformistas, los obedientes contra la propia conciencia, los que admiten,  pregonan o predican lo que no creen, los que venden con la “verdad” del marketing, los enajenados de la droga, los sumisos a las instituciones en las que no confían y una larga lista de gentes muy conocidas de todos, quizás, más o menos, nosotros mismos. Así, en los tiempos en que vivimos es tan difícil vivir la realidad personal, que caemos en la trampa de alimentar nuestra existencia con pequeñas o grandes alienaciones. Decimos: “¡algo hay que hacer!” “¿qué más da?”. Son expresiones muy frecuentes.

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La caída del mundo comunista se llevó consigo el olvido de terminología, pensamientos y proyectos de inspiración marxista, incluso talantes del propio Marx que nada tuvieron que ver con el desastre político del comunismo institucionalizado en algunos países. Entre estas pérdidas está la pasión de Marx por lo concreto. El propio Marx fue fiel a su vocación y con sólo veintitrés años ya era doctor en Leyes por la Universidad de Bonn en Alemania. Luchó toda su vida contra el idealismo. Siguió las huellas del filósofo Feuerbach y explicó la Historia partiendo de lo que son las historias reales y concretas. Estudió las leyes, tantas veces producto de acontecimientos, examinó la política y la sociedad de su tiempo así como la economía. Luchó contra toda enajenación, contra la miseria, contra un mundo deshumanizado y sin Historia. Afirmó que no es la conciencia la que impulsa la Historia, sino que son los hechos históricos los que conforman la conciencia individual y colectiva. La lucha de Marx fue pues filosófica, sociológica, histórica y política.

El materialismo histórico viene a ser un resumen de estas facetas de su pensamiento. En la línea del judaísmo más clásico, la “verdadera libertad” no consiste en hacer cualquier cosa, sino en realizar lo que es justo y se debe hacer, lo que es propio de cada cual sin menoscabo de su proyecto. La “verdadera libertad” no tiene ya un sentido puramente económico como en las servidumbres capitalistas,  sino que es el fruto de la superación de contradicciones personales y colectivas. La plusvalía de los productos elaborados por los trabajadores tiene un uso digno y coherente con el desarrollo de las personas.

Casi todos han abandonado a Marx. Su concreción pasó a manos de gentes que hicieron de su programa algo irrealizable como la propia Historia ha venido a demostrar, pero su denuncia sigue teniendo vigencia: los miserables del mundo lo atestiguan.  Muchas de sus ideas y proyectos siguen siendo aprovechables, entre otros el sentido de la realidad frente a la alienación que aquí comentamos.

Se contempla con preocupación y acritud, con agresividad a veces mal disimulada, la lasitud y la desgana de nuestros jóvenes, la falta de ideales, de pasión por lo concreto, por la belleza de la vida y el progreso, por el estudio minucioso de lo que pasa, de lo que me pasa, de qué están haciendo conmigo. Muy al contrario  hablan de pasar de todo. En nuestra memoria, sin embargo, están aún, como una danza ilusionada, las luchas con los “grises” en la universidad, la tensión tremenda de los obreros en la fábrica por la defensa de derechos y libertades, la tenacidad de los encierros, de tantas pequeñas o grandes acciones por sacar adelante la vida de cada día con un poco de honor. La buena disposición y la disciplinada acción de gentes que escribieron y vivieron su propia historia con fidelidad a sí mismos y pasaron a la Historia.  Hoy en los jóvenes y menos jóvenes de la actualidad priva el deseo de evadirse, de no querer saber nada sobre sí mismos, ponen el frenesí por encima de la inteligencia, la estupidez charlatana sobre el silencio creador y el estudio, hablan de naciones y de cerrar las fronteras del país. Conscientes o inconscientes su postura es de descansar, no tener problemas, ausentarse de la Historia, vivir sin pena aunque no tengan gloria.

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